Los secretos de la “tóxica” relación entre Idea Vilariño y Juan Carlos Onetti

“Una noche –escribió ella– me llamó desesperado para que fuera a verlo. Yo estaba con alguien que me amaba y lo dejé por ir a pasar una noche con él. Y recuerdo que lo único que hicimos fue ponernos de espalda, leyendo un libro él, y yo otro. A la mañana siguiente le agarré la cara y le dije: ‘Sos un burro Onetti, sos un perro, sos una bestia’. Y me fui”.

Idea Vilariño y Juan Carlos Onetti. 

NICOLÁS PICHERSKY

Dos de los escritores más importantes de Uruguay, y de América Latina mantuvieron, un amorío que duró décadas. Ella era una exquisita del monosílabo y el verso corto, él un novelista de vanguardia precursor del realismo mágico. Poemas de amor de Idea Vilariño, que acaba de reeditarse, plasma la historia en verso de esa pasión

Para explicar de forma concisa la turbulenta relación entre el escritor Juan Carlos Onetti y la poeta Idea Vilariño, podríamos compararla con la relación entre Taylor Swift y Matty Healy: llena de amor, conflictos, letras y obra.

Así como Swift dedicó su disco actual, The Tortured Poets Department, a su expareja, la relación entre Sylvia Plath y Ted Hughes, o la de Arthur Rimbaud con Paul Verlaine, la de estos artistas uruguayos podría liderar un ‘top’ de las relaciones más tóxicas entre artistas de todos los tiempos

Juan Carlos Onetti.
Juan Carlos Onetti.

La trascendencia del amor entre dos de los escritores más destacados de Uruguay y del mundo hispanohablante no tiene límites de edad. Durante casi cuarenta años, esta relación marcó las vidas de ambos. Se entrelazó como un texto entre paréntesis de casamientos con otras parejas, entrecomillados por la distancia o la separación, y finalmente se desmembró con puntos y aparte. Y los convirtió en un texto abierto sobre la pasión y sus desengaños. Poemas de amor, es una sintaxis y un ritmo que delinean una pasión

Este es el romance de Onetti y Vilariño, de cómo quedó trunco, comenzó la tristeza y unas pocas cosas más

Frente al río

Según la leyenda, Idea Vilariño y Juan Carlos Onetti se encontraron por primera vez frente al río, en un bar de Montevideo a principios de los años 50. En una costa que, a diferencia de la porteña, no da la espalda a la ciudad y, quizás por ello, es mucho más agitada por sus mareas, capaz de levantar olas sobre la rambla. Como si el momento en que sus destinos se cruzaron hubiera sido marcado por el espacio y el tiempo.

Onetti, con 11 años más que ella, ya había publicado su aclamada ópera prima en 1939, El pozo, así como La vida breve y Los adioses. Vilariño, cuyo nombre, «Idea», fue elegido por un padre anarquista con la intención de inculcar racionalidad e inteligencia (sus hermanos llevaban nombres como Numen, Poema, Azul y Alma), había estudiado música y además de ser poeta, era traductora de Shakespeare. Pertenece a la Generación del 45 uruguaya, junto a figuras como Mario Benedetti, Ida Vitale y, más recientemente, el redescubierto Armonia Sommers.

«Estaba seduciéndome a fondo con lo mejor de sí mismo y tanto que yo me quedé convencida de que aquello era la séptima maravilla. Esa misma noche me enamoré de él. Me enamoré, me enamoré, me enamoré», fue lo que Idea Vilariño escribió sobre la seducción de Onetti.

El era un escritor al que, más por pereza que por argumentos se comparaba con William Faulkner o con Albert Camus. En realidad lo que hizo Onetti fue traer un modernismo cosmopolita a la novela latinoamericana, de la que esta aún carecía. Múltiples voces, personajes existencialistas y la irrupción de una ciudad (y acaso asociación con el realismo mágico americano) que no es real pero tampoco imaginaria: Santa María. Una invención que aparece por primera vez en La vida breve, como fantasía urbana a medio camino entre Buenos Aires, donde Onetti vivió, y Montevideo.

Un romance

En la joya ganadora del Oscar al mejor cortometraje animado en 1968, El punto y la línea: un romance en matemática simple, una línea se enamora de un punto. Sin embargo, este último la encuentra demasiado simple y rígida, prefiriendo en cambio un simple y desigual garabato. La línea debe aprender a ser flexible para captar su atención.

Juan Carlos y Dolly Onetti en Xalapa, Veracruz, México, en ocasión del homenaje a Onetti en 1980.
Juan Carlos y Dolly Onetti en Xalapa, Veracruz, México, en ocasión del homenaje a Onetti en 1980.

Ni Onetti ni Vilariño garabatearon otros amores; los consumaron. Onetti, autor de «El infierno tan temido» (un cuento largo que hoy resulta extraordinariamente contemporáneo al imaginar una tensa relación a través de fotos, que narra la infidelidad como parte del terror y del goce), se casó por tercera vez mientras mantenía su amantazgo con la poetaIdea tuvo muchos amores y terminó su vida con un hombre veinte años menor.

“Una noche –escribió ella– me llamó desesperado para que fuera a verlo. Yo estaba con alguien que me amaba y lo dejé por ir a pasar una noche con él. Y recuerdo que lo único que hicimos fue ponernos de espalda, leyendo un libro él, y yo otro. A la mañana siguiente le agarré la cara y le dije: ‘Sos un burro Onetti, sos un perro, sos una bestia’. Y me fui”.

La escritura de Onetti, sus oraciones y párrafos nunca esqueléticos, esa línea continua como una ingeniería de literatura de otra época podrían ser el reverso perfecto del punto poético de Vilariño. El monosílabo dentro de un verso breve encerrado en una poesía corta.Y donde no hay una palabra de más ni de menos.

No se trata simplemente de adherirse al cliché actual de «menos es más», atribuido erróneamente al arquitecto Ludwig Mies van der Rohe. En la poesía de Idea Vilariño, pocas palabras equivalen a más, a mucho, a veces incluso demasiado. Como su famoso poema «Canción», adaptado y musicalizado por Alfredo Zitarrosa, y que se incluye en Poemas de amor.

Quisiera morir / ahora / de amor / para que supieras / cómo y cuánto te quería / Quisiera morir / quisiera / de amor /para que supieras.

Contrastando con la perfección del «punto» en la poesía de Vilariño, encontramos la arquitectura de las frases de Onetti en el comienzo de su novela Juntacadáveres, donde los puntos escasean.

Y aunque no dijo nada, aunque las cosas penadas sólo se mostraron en la línea / blancuzca de saliva que se le formó en la sonrisa, mientras se ponía de pie y / ayudaba a las mujeres a mover las valijas, sospechó que la tentación de / decir absurdos procedía de aquella amenaza de cansancio, de aquel miedo / al acabamiento que lo había cercado en los últimos meses, desde el día en / que creyó que había llegado por fin la hora del desquite, la hora de palpar / los hermosos sueños y en que aceptó la duda de que tal vez hubiera llegado / demasiado tarde.

Mario Vargas Llosa, Patricia (su mujer), Octavio Paz, Juan Carlos Onetti, Emir Rodríguez Monegal y Pablo neruda en 1966.
Mario Vargas Llosa, Patricia (su mujer), Octavio Paz, Juan Carlos Onetti, Emir Rodríguez Monegal y Pablo neruda en 1966.

Y en aritmética, una línea es una sucesión (infinita) de puntos.

Como asevera el muy buen prólogo de la nueva edición, Milagros Abalo, la palabra más repetida en este poemario, que con los años Vilariño fue aumentando y hasta quitando y volviendo a agregar su dedicatoria (a Onetti), la palabra más repetida es “No”.

Desde su comienzo, con “Una huésped”: No sos mío / no estás / en mi vida / a mi lado

Pero esto no debe hacernos pensar, como recita Ricardo III al comienzo de la obra de William Shakespeare, en “el invierno de nuestro descontento”. En las apenas 95 páginas, nunca escuálidas, casi infinitas, debe leerse en esa negatividad, también una esperanza, un paso a la afirmación. A un nuevo comienzo. Un futuro, un “Si” (acaso como ese tan famoso, que signó el encuentro de otro amor, también, escandaloso y colosal, de John Lennon y Yoko Ono).

El libro incluye el poema «Ya no», al que la cronista Leila Guerriero llama «poema-suicida»: Ya no será / ya no / no viviremos juntos / no criaré a tu hijo / no coseré tu ropa / no te tendré de noche / no te besaré al irme / nunca sabrás quién fui / por qué me amaron otros.

Y sí: como confiesa Onetti a los autores de su biografía, «Construcción de la noche», este es su poema favorito.


Tomado del suplemento «Cultura», de Clarín. El original, aquí